1 Samuel 30

Siclag quemado

La ciudad quemada (1-5)

David y sus hombres salieron aquella mañana de Afec para hacer el viaje de setenta y cinco millas de vuelta a Siclag. El viaje duró tres días. Cuando David llegó a la ciudad, descubrieron que los amalecitas habían estado haciendo incursiones en las ciudades del Néguev. El Néguev era la zona al sur de Judá, con colinas estériles que acababan dando paso al desierto. Los amalecitas no guerreaban tanto contra esta zona, sino que la recorrían y se llevaban todos los esclavos, el ganado y las posesiones posibles de los que habían ido a luchar en la guerra.

Cuando David y sus hombres regresaron a Siclag cansados y hambrientos, encontraron sus casas quemadas hasta los cimientos y las familias de David y de sus hombres cautivos. No habían matado a ninguno de ellos; ciertamente todos habían sido llevados cautivos para ser entregados a la esclavitud (2-3).

Sin duda, los hombres pudieron ver su ciudad quemada desde cierta distancia cuando volvían a casa. Cuando llegaron, estaban en pleno lamento, llorando hasta agotar lo poco que les quedaba de fuerzas (4). Todo lo que David y sus hombres habían saqueado mientras vivían entre los filisteos había sido capturado, junto con sus familias. Esto incluía a las dos esposas de David nombradas en el texto (5).

La angustia de David (6-8)

David no sólo se angustió por haber perdido a sus mujeres, su ciudad y su fortuna, sino que también corría el peligro de que sus propios hombres le apedrearan. A David se le reprochaba su decisión de llevarlos a luchar contra los filisteos como si fueran tontos.

Los hombres de David estaban tan agotados, frustrados y amargados con David que discutían entre ellos si debían apedrearlo o no.

Mientras sus hombres votaban sobre la lapidación de su líder, y mientras Saúl se levantaba a visitar a una bruja, David se fortaleció en Yahveh (6).

Una vez animado en Yahveh y con su ingenio espiritual, llamó a Abiatar, el sacerdote. El texto se apresura a señalar que éste era el único superviviente de la masacre de los sacerdotes de Nob. Así pues, mientras los demás hombres de David votaban sobre si apedrear a David, Abiatar seguía siendo fiel a él y le traía el efod. 

David, allí con el sacerdote, preguntó a Yahveh si debía o no perseguir y si entonces encontraría a los amalecitas asaltantes, que habían tomado preso a su familia. Aunque Yahveh había guardado silencio con Saúl en Gilboa, respondió a David, ordenándole que persiguiera y prometiéndole que encontraría a su familia (7-8).

David persigue (9-15)

Sin reabastecerse y con los hombres agotados por el viaje y el llanto, David puso fin a la tontería de votar si lo apedreaban o no y les hizo montar en sus caballos e iniciar la persecución.

A unos quince kilómetros de la persecución, junto al arroyo de Besor, se detuvieron. Los hombres habían estado viajando sin parar durante casi una semana: tres días hasta Afec, tres días de vuelta, y ahora casi medio día hasta el Arroyo.

David dejó a un tercio de sus tropas, demasiado agotadas, literalmente demasiado muertas, incluso para seguir cruzando el barranco. Dejó 200 hombres mientras el resto cruzaba el barranco hacia el país más árido y escarpado del Néguev (9-10).

En campo abierto, los hombres de David habían encontrado a un esclavo egipcio tendido en la arena, demasiado débil para moverse. Llevaron al joven a David, y descubrieron que era un egipcio que había caído enfermo unos tres días antes y que su amo amalecita había dejado morir. Su amo no le había dejado ni comida ni agua. David le dio al muchacho algo más que pan y agua; le dio las golosinas de su día: un pastel de higos y unas pasas. Una vez que el muchacho hubo ingerido las golosinas, su espíritu revivió y empezó a hablar. El joven esclavo respondió a las preguntas de David, incluyendo a quién pertenecía, pues David pudo ver que iba vestido de esclavo, y de dónde era.

En primer lugar, el joven esclavo dejó claro que había llegado a ser tan inútil para su amo, con la adquisición de todos los nuevos esclavos, que no se le dejó comida ni se le subió a un camello para llevarlo a casa y cuidarlo para restaurarle la vida. Además, era egipcio y esclavo de un amalecita. Su amo no era un amalecita cualquiera, sino el que había dirigido la incursión en el Néguev. El esclavo dio detalles sobre la incursión: habían saqueado las casas de los queretanos que, como David, no eran hebreos, sino mercenarios de los filisteos y estaban ellos mismos en guerra cuando se produjeron las incursiones.

Entonces el joven esclavo mencionó que los amalecitas también habían atacado algunas ciudades del sur de Judá y que luego habían llegado a Siclag y la habían quemado con fuego (12-14).

David preguntó al joven esclavo si les llevaría a la banda de amalecitas que había capturado a su familia. El joven esclavo llevó a David a un antiguo juramento, haciéndole jurar que no le haría dos cosas:

  1. David no lo mataría después de adquirir la información.

  2. David no devolvería a este hombre a su amo (15). 

David encuentra a los amalecitas (16-20)

Al final, David se encontró con los amalecitas, que se habían dispersado por la tierra, habiendo establecido múltiples clubes nocturnos, sintiéndose seguros de la distancia que les separaba de los ejércitos que luchaban al norte con los filisteos.

No había vigías, ninguno que advirtiera de la proximidad de David. Estaban de fiesta, bebiendo y bailando porque el botín que habían tomado de los filisteos y de Judá era enorme (16).

David, tras llegar al atardecer, dejó que sus hombres descansaran hasta la mañana. Al amanecer, atacaron a los amalecitas y lucharon hasta que se puso el sol. Mataron a todos, excepto a 400 jóvenes que escaparon en camello (17). David rescató a todos los miembros de su familia que habían sido capturados en la incursión, incluidas sus dos esposas (19). Los hombres de David recapturaron y contaron todo y no encontraron que faltara nada; luego presentaron a David el botín, en aclamación de su liderazgo, antes cuestionado (20).

Los doscientos hombres (21-25)

David regresó con todas las familias y sus posesiones al arroyo de Besor. Los doscientos hombres que quedaron atrás salieron a recibir a David y a sus hombres, y David los saludó amablemente (21). Entonces aquellos hombres malvados y egoístas que luchaban con David sacaron su corazón egoísta. Le dijeron a David que iban a negarse a repartir su parte del botín con los 200 hombres que estaban demasiado agotados para cabalgar con ellos, los hombres que se quedaron atrás y no se dedicaron a la tarea de luchar. Estaban dispuestos a dar a los 200 que se quedaron en el Arroyo sus familias, pero no más (22).

David se dirigió con gracia a aquellos hombres codiciosos y malvados como hermanos, ordenándoles que no hicieran caso a sus descaradas palabras. Sin duda, éstos habrían sido los mismos hombres que encabezaron la carga para apedrear a David en Siclag, cuando regresaron a sus casas incendiadas.

Entonces David enseñó un gran principio: era Yahveh, y no ellos mismos, quien había ganado la batalla. Él había preservado a aquellos hombres con David, incluso a aquellos hombres malvados y egoístas. Después de que todos ellos hubieran estado en una lucha a vida o muerte con los amalecitas, que se habían resistido a renunciar a todo, era Yahveh el único que podía reclamar la victoria. David sólo había hecho lo que se le había ordenado (23). 

Entonces advirtió a aquellos hombres egoístas que nadie iba a ponerse de su lado: todos iban a dar crédito a Yahveh por la victoria. Todos iban a repartir el botín por igual.

David dictó entonces su primera ley o estatuto real que se convirtió en una norma perpetua en su reino. Los que lucharan y los que se quedaran con el equipaje o las posesiones compartirían por igual, pues no eran los que luchaban en la batalla los que realmente obtenían la victoria, sino Yahveh (24-25).

La distribución (26-30)

Una vez que David regresara a Siclag, repartió aún más el botín, enviando una parte a sus amigos que eran dirigentes de las ciudades de Judá. Se lo dio como regalo de la guerra que Yahveh le había permitido ganar (26).

El regalo tenía tres propósitos:

  1. para devolver las pérdidas

  2. para agradecerles su leal amistad

  3. para validar su lealtad hacia ellos, aunque llevaba dieciséis meses en territorio filisteo

  4. para posicionarse como líder de Judá una vez que Saúl muriera

A continuación, David envió regalos a todas las ciudades de Judá por las que él y sus hombres habían vagado durante su huida de Saúl (27-31).


Salmo 107:23-32

Yahveh redime

El Salmo 107 es un "Salmo de Acción de Gracias"; se desconoce el autor y la ocasión, pero algunos creen que fue escrito al regresar a Jerusalén del cautiverio para algún día de fiesta. Obviamente, este salmo está estrechamente relacionado con los dos salmos anteriores. Los salmos anteriores se escribieron para celebrar el regreso del Arca, y éste para el regreso del pueblo de Dios. 

Este salmo está dividido en siete secciones:

  1. El agradecimiento inicial de los redimidos (1-3)

  2. Agradecimiento de los sintecho por ser reubicados (4-9)

  3. Agradecimiento del preso por ser liberado (10-16)

  4. Agradecimiento de los enfermos por haber sido restaurados (17-22)

  5. Agradecimiento de las víctimas del huracán por haber sido rescatadas (23-32)

  6. Agradecimiento final de los revitalizados (33-42)

  7. Ánimo final para recordar (43)

Propósito: Mostrarnos cómo orar cuando hemos sido restaurados de una temporada de derrota, con énfasis en quién nos ha redimido en última instancia de nuestras dificultades y quién continuará redimiéndonos.